domingo, junio 11, 2006

Pompeyanos




















Bruno Marcos
Hoy, cuando más profundamente dormido estaba, hubo un terremoto. De 3´8 en la escala de Richter. Me desperté justo en el instante anterior, hacia las 8 de la mañana. Enseguida supe que era un terremoto cuando comenzaron a vibrar las cuatro patas de la cama colonial.
Hace diez años, más o menos, viví otro, pero entonces estaba despierto, acababa de acostarme, y salté al suelo. Es una sensación totalmente distinta a todos los movimientos, ruidos o vibraciones que uno ha experimentado. No es como si alguien empujase la cama o si el viento sacudiese la persiana, es un movimiento que parte de todos los sitios por igual.
Muy atontado le dije a ella con toda seguridad: “Ha habido un terremoto”. Ella contestó confusa: “Yo creí que eras tú el que te habías movido”. Muy adormilado añadí yo: “Pero es que no ha rugido la persiana”. Ella comentó: “La lámpara no se mueve”. Total que nos dormimos otra vez tranquilos porque no se repitió la sacudida telúrica pero podía habérsenos caído encima el mapamundi del siglo XVII que preside el cabecero o el mosquitero que uso para aislarme cuando fumo en la pipa de agua que trajimos de Egipto.
Aparece en mi novelita el episodio: A mis suegros les pilló el terremoto grande de Caracas en los años sesenta y, al parecer, la madre de ella, empezó a insultar a las estatuas de los próceres por descubrir aquellas tierras que entonces se agitaban tan inquietantemente bajo sus pies. En la novela coloco a algunos personajes desesperados haciendo eso mismo junto a otros que copian a las almas en pena del infierno divino de Dante Alighieri, esas que maldecían a sus padres y a los padres de los padres de sus padres por haberles hecho existir y acabar toda la eternidad ahí. Tienen algo hermoso las grandes tragedias, supongo que sea una comunión entre todos, víctimas del mismo destino, estampados sobre el fondo prístino de los finales lacrimógenos.
El caso es que ese desastre de la naturaleza podía habérsenos llevado por delante con tan sólo apetecérsele haber zumbado un poco más fuerte. Habríamos quedado como esa pareja pompeyana abrazados de lado sobre el lecho, ¡ qué hermosa muerte!

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Que la tierra te sea leve MARCO aurelio

junio 14, 2006 2:01 p. m.  

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